Debido a su gran amor y generosidad, Dios no
nos dejó sufrir las consecuencias de nuestra
tonta rebelión. Él hizo algo para salvarnos. Envió
a su propio y divino hijo a nuestro mundo para
que llegara a ser un hombre—Jesús de Nazaret.
A diferencia de nosotros, Jesús no se rebeló
contra Dios. Siempre vivió en obediencia a Dios.
Él siempre hizo lo que Dios le pidió, por lo que
no merecía el castigo o la muerte. Pero Jesús sí
murió. Si bien tenía el poder de Dios para sanar
a los enfermos, para caminar sobre el agua, e
incluso resucitar a los muertos, Jesús permitió
que lo ejecutaran en una cruz. ¿Por qué?
La Biblia vibra con la increíble noticia que
Jesús murió en el lugar de nosotros, los rebeldes.
Al morir en lugar nuestro, Jesús pagó la deuda
que manteníamos con Dios. Él recibió todo el
impacto de la sentencia de Dios, de tal forma
que el perdón pudiera estar a nuestra disposición.
Nosotros no merecemos todo esto. Por donde se
le mire, es un regalo tremendamente generoso.
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