Todos rechazamos la autoridad de Dios al tratar de dirigir nuestras vidas a nuestro modo y sin él.

Pero no podemos dirigirnos a nosotros mismos, ni a nuestra sociedad, ni al mundo.

La triste realidad es que, desde el comienzo hombres y mujeres en todas partes han rechazado a Dios al hacer lo que ellos quieren. Todos hacemos esto. No queremos que alguien nos diga lo que debemos hacer o cómo debemos vivir—especialmente Dios —así que nos rebelamos contra él de muchas formas. Lo ignoramos y seguimos haciendo lo que nosotros queremos, o no obedecemos sus instrucciones para vivir en este mundo, o “enojados” lo apuntamos con el dedo y le ordenamos que se pierda de vista.

Todos somos rebeldes, no importa cómo manifestemos esa rebelión, ya que tenemos algo en común: nadie vive como Dios nos pide. Preferimos hacer caso a nuestros propios deseos y hacer las cosas como nosotros queremos, sin Dios. Esta actitud rebelde y auto suficiente es la que en la Biblia se llama ‘pecado’.

El problema es que al rechazar a Dios no sólo arruinamos nuestra vida, sino que también arruinamos nuestra sociedad y el mundo entero. El mundo está lleno de gente haciendo lo que les conviene a ellos, en vez de obedecer a Dios. Todos estamos actuando como si fuéramos pequeños dioses, con nuestras propias coronas y compitiendo entre nosotros. El resultado de esto es miseria total. El sufrimiento y la injusticia que vemos a nuestro alrededor tienen su origen en nuestra rebelión contra Dios.

Al rebelarnos contra Dios, hemos echado todo a perder. La pregunta es: ¿qué hará Dios?


¿Qué hará Dios con esta rebelión?



No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han extraviado

Romanos capítulo 3, versículos 10-12

 

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